"Háblame que yo me entere, niña."
Y habló:
-Te quiero.
Le dijo.
- Más alto, niña, que yo me entere.
-Te quiero.
Le gritó.
Y miró la gente, extrañada, preguntándose si gritando se podía querer.
-Vocaliza, niña, que no te entiendo.
Y corrió.
Corrió tanto como le dieron las piernas, y cuando las piernas le fallaron, tanto como le dio el corazón. Y desde lejos,
lejísimos
escuchó:
- Ahora sí, yo también te quiero.
Y casi vuelve, casi, para poder escucharlo mejor. Pero estaba tan lejos que pensó que, si invertía sus últimas fuerzas en alejarse un poco más, quizás llegaría a un sitio en el que la entenderían a la primera.
No llegó.
Pero vio mundo. ¡Cuánto mundo vio!
Y fue entonces, cuando tuvo el mundo dentro, cuando decidió que, la entiendan o no, nunca más volverá a gritar.
I. Miranda
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