Era mayo y sólo veíamos el verano que nos íbamos a perder. Se reducen los vuelos, se cancelan los festivales, se cierran las discotecas, se aforan las playas y se distancian las personas sin que ni el mar ni el calor tengan nada que decir. Desde el balcón hacemos inventario de todo lo que vamos a echar de menos: una comida con amigos, volver de un día de playa con las ventanillas del coche abiertas, la música alta y el pelo con sal, que suene LA canción cuando te vas a ir y un ginebra limón. Piensas en los viajes que no se van a hacer, en los abrazos que no se van a dar y los cuerpos que no van a ser.
Y con la cabeza apoyada entre dos barandillas negras de un tercer piso de Malasaña, pensé en que a lo mejor no.
A lo mejor el verano no llega con el calor ni con las vacaciones. A lo mejor es algo más que tres meses de sol. A lo mejor el verano es nuestra excusa para recordarnos todo lo que nos merecemos y nunca nos damos. Nuestro momento para estar guapos, para hacer planes, para ahorrarse el "una y me voy", para disfrutar. Nuestra salida de emergencia, nuestro botón de parada, nuestra puerta de atrás.
El verano son las ganas de verano y las ganas de verano son las ganas de vivir.
Así que a lo mejor nadie nos lo ha quitado y a lo mejor, nadie nos lo puede quitar porque el verano empieza cuando dices "me toca",
aunque sea un catorce de noviembre.
I. Miranda
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